La Verdadera Informacion Sobre El Clan Uzumaki.
Destrucción, la única palabra capaz de describir el caos que estaba sufriendo la villa de Konoha. Las mujeres y los niños huían despavoridos a los refugios de la ladera, mientras cada ninja que podía lanzar un simple ataque corría en dirección contrária, con tal de enfrentarse a la mayor amenaza que nunca había sufrido el país del Fuego.
Kyuubi. El legendário Bijû de las nueve colas había vuelto.
El pánico había sucumbido a la villa. Era algo inesperado. Ni siquiera habían tenido tiempo de pedir ayuda a la Arena o la Niebla. El temible demonio había caído sobre ellos sin previo aviso. Las bajas eran alarmantes, los cadáveres de los combatientes demasiados.
Aquel era el fin de Konoha.
Todo aquel apocalipsis era aún más terrible visto desde los ojos de la pequeña niña que lo observaba todo desde la ventana de su casa. Allá a lo lejos podía ver claramente la maligna y abominable silueta del Kyuubi, rugiendo encolerizado ante los inútiles ataques de la élite de Konoha. Un repentino temblor sacudió toda la villa, rompiendo los cristales de la ventana. La niña lo sintió justo a tiempo y corrió a protegerse del temblor bajo el pilar de una puerta.
Al cabo de unos segundos, todo volvió a la normalidad. La niña, de apenas unos tres años de años de edad, entreabrió sus ojos, los cuales eran de un azul profundo y límpio. Sus cabellos eran de un particular rúbio intenso, los cuales llevaba recogidos en la cabeza con dos coletas. Sin perder tiempo, corrió con sorprendente habilidad para su edad al lado de una cuna, en la cual lloraba un bebé de apenas unas cuantas horas de vida. La niña le abrazó con ternura, lamentándose amargamente por el negro destino que les aguardaba.
De repente, la puerta del piso de abajo se abrió bruscamente, golpeando sin duda alguna el muro de madera. En un instante, en el umbral de la puerta apareció un hombre joven de una admirable altura. Sus cabellos eran del mismo color rúbio que los de la niña, sus ojos del mismo penetrante azul cian. Sin perder tiempo, el chico se lanzó sobre la niña, abrazándola con fuerza. La niña rompió a llorar de puro desconsuelo, de incertidumbre y miedo.
- Papá...¿qué está pasando...? -susurró con fluidez la pequeña.
El hombre acarició sus cabellos rúbios, tratando de calmar su angústia. Una niña tan pequeña no merecía sufrir tanto.
- No tengas miedo, Fuuko... -murmuró el chico, con gran serenidad- Todo irá bien...
- He visto a ese monstruo... -gimió la niña, totalmente aterrorizada- Konoha está perdida...
- Nunca pierdas la esperanza. Jamás permitiré que nuestra villa quede destruída -dijo con firme decisión el rúbio.
Dicho esto, se puso en pie, dirigiéndose a la cuna en la cual había guardado la pequeña. Sin dar explicación alguna, cogió entre sus brazos al bebé que contenía, provocando que este detubiera su llanto de inmediato. El hombre le hizo un gesto a la niña, la cual le siguió escaleras abajo, cogiéndole de una mano. La puerta estaba abierta, dejando ver la multitud enloquecida que huía hacia un lugar más seguro. Una vez llegaron a fuera, el hombre se agachó frente a la niña, la cual parecía de lo más asustada.
- Escúchame, Fuuko -dijo con una calma admirable- Cuando yo me marche, debes ir a la Académia Ninja. ¿Sabes dónde está, verdad? -ella asintió, por lo que continuó- Muy bien. Allí busca a Kakashi. Ya le conoces. Él te llevará a los refugios de la ladera. Son los únicos lugares seguros de Konoha en estos momentos.
- Papá... -dijo la niña, con voz rota- ¿Tú...a dónde vas...?
Una sombra oscura cruzó efímeramente la transparente mirada azul del chico. Sin pensarlo un instante, se inclinó levemente y tomó a la niña entre sus brazos, cerrando los ojos con visible dolor, mientras la apretaba contra sí, hundiendo el rostro en sus dorados cabellos. La pequeña rompió a llorar, sin razón aparente, únicamente por una repentina angústia que se había apoderado de su ser. Al cabo de unos segundos, el chico se separó de ella, dirigiéndole una mirada llena de cariño y dulzura, mientras secaba suavemente sus lágrimas.
- Fuuko...por favor, necesito que escuches lo que voy a decirte... -susurró- Nunca dejes que la gente te hunda... Seguramente tendrás que sufrir el desprecio de las personas... No solamente tú, lo más probable es que también tu hermano... Nunca te rindas ni te des por vencida... Entrena mucho, házte más fuerte y conviértete pronto en una ninja capaz de dominar tu própio poder...
Una lágrima solitária resbaló por el rostro del chico, intensificando la agradable expresión de su rostro.
- Nunca dejaré...de estar pendiente de vosotros... Lo prometo -sus ojos se volvieron de nuevo decididos- Y ahora márchate.
Sin decir una palabra más, el hombre se puso en pie, echando a correr a una velocidad impresionante calle abajo, desapareciendo tras una esquina junto con el bebé que llevaba en brazos.
La muchacha se quedó totalmente desolada, plantada en aquella fría calle de Konoha, una ciudad casi seguramente condenada a la destrucción. "Tengo la sensación...de que no volveré a verle...nunca más... Papá...por favor...vuelve a casa...con mi hermano..."
Sin embargo, la obediéncia tenía primordial lugar en su mente, por lo que Fuuko giró sobre sí misma y echó a correr en dirección contrária, dejando únicamente las manchas de sus lágrimas en el suelo gris.
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El joven rúbio corría a una velocidad digna de admiración, acercándose sin miedo alguno hacia el campo de batalla, en el cual podía vislumbrarse la enorme y terrible silueta del zorro de las nueve colas, el cual se cobraba víctimas una tras otra. Incluso los miembros del ANBU y demás jounnins que habían estado en los límites de Konoha habían acudido de inmediato. El hombre saltó un gigantesco desnivel y aterrizó con un control absoluto y una agilidad sorprendente. En apenas unos instantes, un grupo de cinco hombres le rodearon, con los rostros iluminados por la esperanza al ver la portentosa aparición del rúbio.
- ¡Yondaime-sama! -exclamó uno- ¡El Kyuubi está fuera de control...! ¡Es el fín de Konoha...!
- Tranquilos -aseguró el Cuarto Hokage, con un aura de serenidad que les sorprendió a todos- El Kyuubi será sellado...dentro de este niño -añadió, mostrándoles al bebé que dormía entre sus brazos.
La expresión de todos se tornó en horror, algo que Yondaime ya esperaba. Él simplemente avanzó hacia donde estaba el enorme demonio, viendo como su sombra se cernía sobre él. Una expresión de absoluta decisión cruzó su rostro.
- Escuchadme bien... -dijo bien alto- Quiero que Naruto reciba todos los honores. Será un héroe, porqué él salvará a Konoha de la destrucción. No dejéis que ni él ni Fuuko...sufran las consecuéncias de un odio sin fundamentos.
- Hokage-sama... -susurró unos de los jóvenes, totalmente patidifuso.
Pero ya no había marcha atrás. El rúbio miró con dulzura por última vez al niño que dormía entre sus brazos y después descubrió su pequeño cuerpo. Se inclinó y, con una sola mano, dibujó unos complicados signos en el suelo, los cuales formaban un círculo con ocho orbes. Con gran solemnidad, dejó al bebé en el centro del círculo, mirándole con una extraña melancolía.
- Sé feliz, Naruto.
Dicho esto, juntó las manos en un complicado sello y su grito se levantó sobre la batalla.
- ¡FUUIN JUTSU!
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Todas las personas hablaban a su alrededor con inquietud, ella lo sentía y estaba totalmente aterrorizada. Fuuko estaba sentada en un banco en el exterior del pasillo de la sede del Tercero, viendo como jounins y chuunins iban y venían incesantemente. Los nervios se respiraban en el ambiente, la tensión, la desgrácia... Muchos ninjas habían muerto en la lucha contra Kyuubi. El hospital estaba repleto de urgéncias y los miembros del equipo médico trabajaban sin pausas.
Cuando habían salido del refugio, el joven Kakashi la había traído a aquel lugar, separándola del resto de la multitud, alegando que el Hokage debía hablar con ella. Sin embargo, hacía mucho rato que estaba sola, solamente viendo con inquietud como decenas de ninjas malheridos y derrotados aparecían y desaparecían en la confusión. Al contar mentalmente más de una hora de esperar, se puso en pie y se acercó con cautela a la puerta del estudio del Hokage. Miró alrededor, para asegurarse de que nadie se percataba de sus movimientos, y pegó el oído a la puerta.
Dentro pudo distinguir, en medio de la confusión, las voces serias de tres personas, las cuales gritaban casi al tiempo.
- ...algo intolerable! -vociferaba una voz de mujer- ¡No estamos hablando de un jounin, estamos hablando de una cría!
- Tsunade, por favor, cálmate... -trataba de sobreponerse una voz masculina.
- No me interrumpas, Jiraiya... -exclamó la mujer, de nuevo encolerizada- ¡Hokage-sama, esa niña es muy madura para su edad, pero apenas tiene 3 años...! ¡Por el amor de diós, no podemos hacerle eso...!
- Tsunade -habló entonces una voz mayor- Sin la influéncia que ejercía Yondaime sobre ella, no sabemos lo que podría suceder. Debemos tomar medidas ante esto. No podemos dejar que lo que ha ocurrido esta noche se repita.
- ¡Pero, Hokage-sama...! -gritó de nuevo la voz femenina- ¡Esa criatura estará traumada de por vida...! ¡Su padre ha muerto y su hermano se ha convertido en el contenedor de un monstruo...! ¡¿Tenemos derecho a someterla a eso...?!
- ¿Tienes alguna otra idea, Tsunade? -inquirió el Hokage sagazmente- En ese caso, estaré dispuesto a escucharla...
La voz de mujer no volvió a oírse, seguramente callando a causa de la aceptación. De pronto, oyeron un particular sonido, el de la puerta abriéndose lentamente. Las miradas de los tres se posaron en el umbral, para encontrarse con un rostro conocido que hizo encoger sus corazones. La carita de la pequeña Fuuko asomaba tímidamente por la puerta, con sus preciosos ojos azules arrasados en lágrimas. Sus pequeñas piernas temblaban incontrolablemente, mientras unos mechones rúbios de su cabellos cubrían su mirada.
- ¿Pa-papá...ha muerto...?
Nadie supo qué decir en aquel momento, solamente seguían mirándola con sumo dolor. La niña rompió a llorar definitivamente, provocando que unos espasmos recorrieran su cuerpo.
- ¡¿Por qué...?! -gritó desconsolada- ¡Él dijo que siempre estaría pendiente de nosotros...! ¡Lo prometió...! -gimió, llevándose las manos al rostro.
Aquella imagen rompió definitivamente la seriedad de los tres presentes. La mujer de cabellos rúbios se acercó a la niña y la abrazó con fuerza, dejando que hundiera el rostro en su kimono, aunque no logró contener los sollozos.
- Fuuko-chan... -susurró Tsunade, con una seriedad que mantenía a duras penas- Tenemos que hablar de algo muy serio... Por favor, trata de ser fuerte... -acarició con ternura el cabello rúbio de la pequeña.
La criatura tardó un poco a reaccionar, pero al fin se tragó sus lágrimas, asintiendo lentamente. Tsunade suspiró pesadamente y se llevó a la niña en brazos, sentándose con ella al lado del alto hombre de cabellos blancos. Fuuko mantuvo la compostura, mirando al rostro aparentemente inexpresivo del Tercer Hokage, los ojos del cual estaban totalmente fijos en ella.
- Fuuko -dijo seriamente- Escúchame, pequeña... Tu padre ha muerto en un noble acto por proteger Konoha. Y tu hermano...
- Naru-chan... -susurró la niña, reaccionando de repente- ¿Qué le ha pasado a Naru-chan...?
- Nada, pequeña, nada -se apresuró a aclarar el Tercero- Está perfectamente. Sin embargo, hay algo muy preocupante que debemos discutir contigo...
La niña abrió mucho los ojos, dejando que las últimas lágrimas se precipitaran por sus mejillas, haciendo que el azul de sus ojos se volviera más claro.
- ¿Qué pasa...? -susurró, con voz queda.
- Fuuko -dijo el Hokage con gran pesadez- Eres la primogénita del Cuatro Hokage. Sin embargo, estás en una...situación especial... ¿Lo sabes, no?
La pequeña asintió, aunque asiéndose con fuerza al kimono gris de Tsunade. El Tercero no parecía demasiado seguro de lo que iba a decir, aunque al final cogió las riendas de la situación.
- Fuuko, creemos que sería mejor para tu seguridad y la de toda la aldea...que te alejaran de Konoha.
- ¿Qué...? -susurró la niña, casi en shock- Pero... ¿por qué...?
- Las personas de tu condición poseen un futuro muy incierto -dijo el Hokage solemnemente- Tus poderes son absolutamente increíbles, pero...llegar a dominarlos te costará muchos años de entrenamiento... Nadie aquí en Konoha puede predecir lo que ocurrirá si se desencadena tu fuerza...y quizás nadie pueda detenerte entonces... Por mucho que nos pese, debes irte de Konoha cuanto antes...
- Pero...¿y Naru-chan...? -susurró Fuuko, visiblemente preocupada- ¿Qué pasará con él...? Aún...es un bebé...¿quién le cuidará...?
Los ojos negros del Tercero se oscurecieron visiblemente.
- Aunque tú y tu hermano compartís algo, ciertas circunstáncias hacen que vuestras situaciones sean totalmente distintas... -explicó- Naruto no supondrá un problema quedándose en Konoha...pero tu caso no es el mismo... -una ligera expresión de lástima cruzó aquellos ojos que tanto habían vivido- Debemos alejarte de la aldea por quince años. No te preocupes por Naruto: crecerá sin saber nada de vuestro secreto... Todos esperamos que tenga una vida absolutamente normal. Fuuko, eres tú quién debe decidir qué debe hacer... -añadió el anciano, inclinándose levemente.
La pequeña pareció pensárselo detenidamente, calibrando la situación como si de un adulto se tratara. Sin duda su madurez era sorprendente.
Quince años era mucho tiempo. Supondría romper con todo lo que había conocido hasta entonces. Sin embargo, debía cumplir la última voluntad de su padre.
"Entrena mucho, házte más fuerte y conviértete pronto en una ninja capaz de dominar tu própio poder..."
- Sólo quince años -dijo, muy seriamente- Después, regresaré a Konoha.